viernes, 16 de junio de 2017

rock en los años 90

La llegada de la nueva década no pareció, en un principio, haber modificado demasiado las cosas. Hacia 1990-92 el rock español seguía gozando de una presencia hegemónica a nivel social y cultural; y bandas nacidas en los 80 como Loquillo y los Trogloditas, La Unión, Barricada, Duncan Dhu, Los Ronaldos, Seguridad Social, Mecano y otros seguían copando las listas de éxitos y ventas. Incluso algunos nuevos grupos surgidos con el cambio de década pero cuyo sonido y estética eran, de alguna forma, todavía deudores de la anterior, gozaron de notable éxito comercial y presencia mediática en esos primeros años 90. Hablamos de Los Romeos (practicantes de un power-pop enérgico que debía mucho a bandas británicas con cantante femenina como Transvision Vamp o The Primitives), M-Clan (con su rock setentero de corte casi revivalista), Los Rodríguez (con el argentino Andrés Calamaro al frente), o Fangoria (una banda formada por dos históricos de La Movida como Alaska y Nacho Canut que, todavía hoy -bien entrado el siglo XXI- goza de buena salud). Y, desde luego, los Héroes del Silencio, que desarrollaron el grueso de su carrera durante los 90 y, tras endurecer su sonido, alcanzaron un éxito abrumador (llegando a triunfar también en Latinoamérica y parte de Europa).

Pero hacia 1993-94 la cosa comenzó a cambiar con un evidente “reflujo” durante la década de los noventa con un retraimiento a nivel mediático, social y comercial.


Los Rodríguez, liderados por el hispano-argentino Andrés Calamaro
Poco a poco, las “viejas” bandas de los 80 fueron desapareciendo de la escena. Unas -la mayoría-, se disolvieron y otras -las que siguieron en activo- fueron alejándose de las listas de éxitos y vendiendo cada vez menos discos. Las nuevas generaciones de jóvenes y adolescentes españoles de los 90, que habían tomado el relevo a los “baby boomers” de los 80, dejaron de tener el rock (e incluso el pop) como principal referente musical y estético. El paisaje social, antes dominado por las coloristas tribus urbanas fue cambiando, al igual que los gustos y las preferencias. A partir de 1993-95, el auge de la música Dance y la consolidación de la nueva cultura Rave (las macro-discotecas, los sonidos electrónicos, los festivales, la epifanía de la figura del Disc jockey) fueron modificando la escena juvenil.

No fue algo exclusivo de España. En realidad, ocurrió lo mismo en el resto de Europa y, con apenas un ligero retraso, en Norteamérica. Durante la década de los 90, y dejando aparte las brillantes (pero relativamente fugaces, vistas ahora con la perspectiva que da el paso del tiempo) eclosiones del Grunge en Estados Unidos y del Britpop en Reino Unido -auténticos cantos de cisne del género- lo cierto es que el Rock inició su retirada del escenario principal tras cuarenta años de reinado casi indiscutible. El Rock dejó de ser el sonido con el que se identificaba la juventud para adquirir un status similar al del jazz, con sus millones de fieles seguidores pero sin una presencia mediática ni una capacidad de influencia social comparable a las que había tenido hasta ese momento; y con un tirón comercial mucho menos masivo. Su lugar fue, en cierto modo, ocupado por el Hip hop, la ya mentada Música Dance, los sonidos electrónicos, los éxitos prefabricados y otras tendencias musicales y estéticas que ya poco tienen que ver con el Rock (ni, en cierta forma, con el Pop tal como hasta el momento se había venido entendiendo)

Las sub-escenas y los diferentes géneros (1990-2000)
Pero que el Rock fuese dejando de tener la presencia y visibilidad de la que antes había gozado en los medios, en las listas y en la propia sociedad no significa que desapareciera ni que dejase de contar con millones de seguidores. Ya no era la manifestación musical, cultural y estética hegemónica y predominante entre la juventud española (y mundial), desde luego, pero siguió siendo una de las más importantes.

A diferencia de lo ocurrido durante la primera mitad de los 70 (tras la resaca “progresiva”), en los 90 no se produjo un bajón en lo que al surgimiento de grupos y publicación de discos se refiere. Miles de nuevas bandas tomaron el relevo durante toda la década. De hecho, en cierto sentido, los 90 no fueron sino la continuación lógica de lo que había ocurrido durante la segunda mitad de los 80. Pero, eso sí, la compartimentación en diferentes escenas fue agudizándose. Y si en la década anterior había existido cierta fluidez y simbiosis entre muchas de ellas, en los 90 la cosa cambió, y cada escena fue encerrándose sobre sí misma, creando a su vez “microescenas” independientes. Ese aislamiento, ese “autismo” y esa “fragmentación”, unidos al cambio de tendencia y de gustos en lo que al mainstream y los medios se refiere, hizo que la repercusión de los nuevos grupos fuese infinitamente menor que la que habían obtenido las bandas surgidas en la segunda mitad de los 80. Pero aun así pueden nombrarse muchísimos ejemplos de “relevo generacional” surgidos en la nueva década.

El viejo Rockabilly vio cómo nacía una nueva hornada de bandas entre las que podríamos destacar The Nu Niles, Los Dynamos o Los Tornados.186 El rock crudo, básico, stoogiano y killer se vio reforzado con la aparición de Nuevo Catecismo Católico, Señor No, Safety Pins, La Secta, Cancer Moon, La Perrera, Vincent Von Reverb y sus Vaqueros Eléctricos, Babylon Chat, Jugos Lixiviados, Los Clavos, Christina y Los Subterráneos o The Pleasure Fuckers. La potente escena española de Garage rock se afianzó y confirmó su prestigio a nivel europeo e, incluso, mundial, con grupos como Doctor Explosion, Las Undershakers, Los Coronas, Screamin’ Pijas, Flashback V o Wau y Los Arrrghs. El power pop luminoso siguió siendo practicado por grupos como Los Brujos. El punk-pop vio cómo surgían bandas de relevo como los gallegos Killer Barbies. La "aislada" escena Punk y Hardcore alumbró grupos como Aerobitch, Psilicon Flesh o Manolo Kabezabolo. Y el blues eléctrico y el rythm and blues de la vieja escuela se vio perfectamente representado por la aparición de la Vargas Blues Band y de J. Teixi Band.

Hasta el Rock catalán experimentó un nuevo auge con la aparición de bandas como Els Pets, Sau y los stonianos Sopa de Cabra (que llegaron a tener amplia repercusión comercial en el resto de España) ; mientras en Galicia surgía un movimiento conocido como Rock Bravú que estaba compuesto por grupos que cantaban exclusivamente en gallego como Os Diplomáticos de Monte-Alto, Yellow Pixoliñas o Heredeiros da Crus; y en Asturias y Aragón despegaban pequeñas escenas rock que empleaban sus lenguas autóctonas como medio de expresión (el asturiano, con grupos como los Berrones o Dixebra, y el aragonés, con grupos como Prau o Mallacán, respectivamente).

Y, por supuesto, la escena Heavy Metal vio cómo nuevas bandas tomaban el relevo de la generación ochentera. Hablamos de Saratoga, Avalanch, Dark Moor, Tierra Santa, Sôber, Lujuria, Azrael o Ars Amandi entre muchas otras.

Incluso el incipiente Hip hop español de primera hora podría ser considerado, todavía a esas alturas, un subgénero del rock; algo evidente en el sonido de grupos como Def Con Dos o Negu Gorriak.

No obstante, los dos fenómenos más representativos del rock español durante los 90 fueron el advenimiento del “Indie” (así se lo llamó en aquel momento y se lo sigue llamando hoy en día) y el resurgimiento (en loor de multitudes) del viejo y casi olvidado “Rock Urbano”.

El indie español de los noventa como propuesta de relevo generacional (1992-2000)
El “Indie pop” o “Indie rock” fue, quizás, el movimiento más importante, original y característico de los años 90 en el rock español; y el que, con el paso de los años, ha terminado identificando más la década. Se ha escrito y hablado mucho sobre él; pero, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no hay consenso sobre sus elementos estéticos, culturales, y musicales comunes. Sobre sus propias marcas de identidad.

Habitualmente, se tiende a tomar una parte por el todo, y se confunde un sector (importante, sí, pero quizás) minoritario con la corriente mayoritaria. Así, en el imaginario crítico colectivo, el “Indie” español aparece como sinónimo de “Noise pop” o de “Shoegazing”, predominando la idea de que todas las bandas indies españolas practicaban un tipo de sonido muy similar -inspirado directamente en bandas británicas y americanas de pop “ruidista”-, cantaban siempre en inglés, tocaban en directo de espaldas al público y mantenían una pose elitista e impostada. Pero la realidad fue más compleja.

Como ya se ha dicho, y a consecuencia de la ya aludida “compartimentación” escénica, las relaciones de las escenas españolas con las de otros países (tan fragmentadas como ellas) comenzaron a ser mucho más estrechas. En Gran Bretaña, durante la segunda mitad de los 80, había surgido un movimiento -cuyo punto de partida fue la publicación de la famosa cinta recopilatoria “C86” por la revista New Musical Express- y que ya fue definido con el término “Indie pop”. Su recepción en España fue rápida, e incluso inspiró a algunas bandas nacidas en la época, como Aventuras de Kirlian. Pero lo cierto es que no fue hasta 1990 cuando comienzan a surgir las primeras bandas “indies” españolas, identificadas como tales y , sobre todo, que se reconocen a sí mismas en esa etiqueta.

Influidas por el “Indie pop” y el “Noise pop” británicos, por el “Post rock” y por bandas americanas como The Pixies, Dinosaur Jr, Sonic Youth o Hüsker Dü, surgen en diferentes partes del país grupos como Usura, Penélope Trip, El Regalo de Silvia, Bach Is Dead (los cuatro hicieron una serie de conciertos por el país en 1992 denominada “Gira Noise Pop” que, de alguna manera, fue el pistoletazo de salida del género), Eliminator Jr, Insanity Wave, Beef, Los Planetas, Manta Ray, Nothing, Parkinson D.C., El Inquilino Comunista, Paperhouse, Migala, Lagartija Nick, etc.


Dover, el grupo "indie" con mayor éxito comercial en España durante los 90
Ciertamente, todas ellas tenían mucho en común: hacían “Noise pop”, cantaban en inglés (con la excepción de Los Planetas y Lagartija Nick), mantenían una actitud elitista y arty y compartían una misma estética (vaqueros desgastados, camisetas de rayas, zapatillas deportivas, aspecto cuidadosamente desaliñado, cortes de pelo, etc). A todas luces, conformaban una escena coherente y reconocible.

Quizás por eso mismo, por resultar novedosos y diferentes y –sobre todo- por ser los primeros en cuanto a visibilidad por parte del público y los medios, su imagen y estilo ha terminado siendo, en el imaginario popular, el que define a todo el “Indie” español incluso veinte años después.

Pero, como ya hemos dicho, la cosa es mucho más compleja. Desde el primer momento, el movimiento incluyó grupos que practicaban estilos muy diferentes. Así, Chucho o Mercromina no sólo cantaban en castellano sino que desarrollaban un estilo propio que mezclaba el surrealismo poético con las asperezas rock de, por ejemplo, The Pixies, aunque sin llegar nunca al ruidismo. Por su parte, Los Protones, Aneurol 50 o Los Hermanos Dalton practicaban un Power pop enérgico y perfectamente clásico, de la vieja escuela; mientras Los Vancouvers o Pribata Idaho recogían las influencias de The Byrds, Big Star o sus contemporáneos Teenage Fan Club. Otros combos como Australian Blonde, The Happy Losers, Patrullero Mancuso, Undrop o Sexy Sadie tocaban un pop guitarrero más “noisy” pero también melódico (e incluso casi "dramático" en el caso de los últimos); mientras el estilo de Dover bebía descaradamente del Grunge norteamericano, sin ningún tipo de filtro ni disfraz. Los granadinos Lagartija Nick tenían una vocación claramente "arty", llegando a fusionar palos del flamenco con el noise rock en su Lp "Omega" (1996) y a incorporar sonidos relacionados con la electrónica hacia el final de la década. Bandas como Nosoträsh, Pauline en la playa, Elephant Band, Los Selenitas, The Carrots, Los Fresones Rebeldes o Los Imposibles se dedicaban a recrear sonidos más sesenteros que iban desde la psicodelia al intimismo folk-rock, pasando por la Chanson de influencia francesa o el pop más yeyé (aunque sin caer en el revivalismo estricto). Por último, estaban los absolutamente inclasificables Sr. Chinarro y -sobre todo- los zaragozanos El Niño Gusano, practicantes de un pop surrealista y onírico, cantado en castellano y tremendamente original (en el caso de los últimos, muy influido por la psicodelia británica y la propia tradición surrealista española). O el “francotirador” Malcolm Skarpa, que combinaba el blues, el rock clásico, el pop de resabios “victorianos” (al estilo de Ray Davies y The Kinks) y la psicodelia, tanto en sus discos en solitario como con su banda The Jacquelines.

Por no hablar de la corriente conocida como Donosti Sound.209 Llamada así por estar formada por grupos nacidos en la ciudad vasca de San Sebastián como Le Mans, Family o La Buena Vida, se caracterizaba (además de por usar exclusivamente la lengua castellana) por elaborar un tipo de sonido muy melódico, intimista, minimalista, melancólico e incluso algo naif ; con querencia evidente por el pop europeo sesentero, la bossa-nova, la chanson française, el folk-rock e, incluso, viejos grupos españoles de los 60 como Vainica Doble o Pic-Nic. En ese movimiento podrían incluirse también bandas que, sin ser de la misma ciudad, procedían de zonas geográficamente muy cercanas y cultivaban el mismo tipo estilo. Así, los pamploneses Souvenir e incluso los vasco-franceses Induráin y Spring. Como curiosidad, y con respecto a estos tres últimos, merece la pena señalar que, mientras los navarros cantaban en francés, los vasco-franceses lo hacían en castellano.

Si, como ha quedado demostrado (y a pesar de lo que la “memoria”, la imagen popular y cierta crítica superficial sigan sosteniendo), las bandas “indies” españolas no tenían gran cosa en común desde el punto de vista estilístico ¿Qué era la que las definía como un movimiento? En multitud de ocasiones se ha señalado su tendencia a cantar en inglés como algo definitorio. Pero también eso es matizable. Sí es verdad que, a diferencia de lo que había ocurrido en los 60, 80 y buena parte de los 70, muchas de ellas empleaban únicamente el inglés como medio de expresión (en un curioso paralelismo con lo que ya había hecho el Rock Progresivo y “Underground” español de los primeros 70). De hecho, la cosa fue tan llamativa y frecuente que, hoy en día, se tiende a pensar que todo el “Indie” español se dedicó a cantar en inglés. Pero lo cierto es que muchos grupos cantaron siempre, exclusivamente, en castellano. Así, las bandas más señeras y recordadas del movimiento (cuyas canciones, además, han soportado mejor el paso de los años y se han convertido, de una forma u otra, en clásicos del rock nacional) como son Los Planetas, El Niño Gusano, Sr. Chinarro, Los Fresones Rebeldes o Lagartija Nick escribieron siempre sus temas en español. Y, junto a ellos, mucha otra gente como Los Hermanos Dalton, Pauline en la playa, Nosoträsh, Patrullero Mancuso, etc; y, por supuesto, todos los grupos integrados en el Donosti Sound.

Al final, la crítica ha terminado conviniendo que lo que dotó de entidad al movimiento fue su actitud. Algo que podríamos resumir en una clara tendencia a la "eurofilia" (lo británico sobre todo, sí; pero también lo francés en algunas bandas especialmente importantes), una receptividad total a los sonidos más modernos y contemporáneos, una cierta pose elitista y arty, una supuesta despreocupación por el éxito comercial, una vocación exclusivista y, sobre todo, algo que podríamos definir como “autoconciencia”: el convencimiento por parte de los grupos de formar parte de una escena única e identificable. Y, junto a ello, el rechazo explícito, evidente, a casi todo lo anterior, especialmente (y sobre todo) a la Movida de los años 80. De hecho, se ha escrito con frecuencia que la decisión de cantar en inglés por parte de muchas bandas fue una forma de tomar distancia, de marcar diferencias con respecto al pop y al rock realizado por sus hermanos “mayores” durante la década anterior.


Los mallorquines Sexy Sadie
Así, el “Indie” español, considerado por la mayoría de sus componentes como una especie de Anti-Movida, terminó recreando una escena y una estructura alternativas a las que ésta había creado pero que, paradójicamente, seguía sus pasos. Como había ocurrido en los 80, nacieron nuevos sellos independientes dedicados en exclusiva a publicar discos de los grupos “indies”. Hablamos de Subterfuge, Jabalina, Rock Indiana, Munster Records (éste más escorado hacia sonidos garajísticos y rocanroleros), Acuarela, Grabaciones En El Mar, Siesta, Elefant, Caroline, Triquinoise, etc. Surgieron fanzines y revistas como Las Lágrimas de Macondo, Malsonando, Kool’Zine, Spiral, Factory o Mondo Brutto (aunque éste se distanció muy pronto de la escena estrictamente “indie”, convirtiéndose en una especie de azote para ella). Se creó toda una red de bares y salas de conciertos. E incluso comenzaron a celebrarse grandes festivales como el Serie-B de Pradejón, el Primavera Sound de Barcelona, el Festimad de Madrid o el mundialmente famoso (porque terminó acogiendo a figuras internacionales del rock más o menos alternativo) FIB de Benicássim.

Incluso medios tradicionales como Rock Deluxe o emisoras de FM (entre las que destacó la estatal Radio 3) apoyaron a la nueva escena de forma evidente. En la televisión, por el contrario, el cambio de paradigma en lo que a programación musical se refiere (tras la desaparición de la mayoría de los programas especializados en el rock y en el pop -ya que las cadenas privadas apostaban por otro tipo de cosas y reducían su oferta musical a la programación de videoclips internacionales y a la música de baile más ramplona-) hizo que ni el “Indie” ni ningún otro movimiento tuvieran especial presencia.

Finalmente hay que señalar que, pese a que una de las supuestas señas de identidad del movimiento “Indie” fue la despreocupación por el éxito comercial, éste también llegó. Bandas como Australian Blonde y Undrop alcanzaron los primeros puestos de las listas de éxitos entre 1993 y 1995 (aunque sólo con una canción cada uno de ellos –lo que los convirtió, de alguna forma, en one-hit wonders) mientras que los madrileños Dover se convirtieron en un auténtico fenómeno de ventas durante la segunda mitad de la década, colocando varios de sus sencillos y LPs entre los más vendidos del país. Y eso que los tres grupos mencionados cantaban en inglés. Junto a ellos, Los Planetas y Sexy Sadie también fueron bandas con buenas ventas y amplia repercusión nacional. Especialmente los primeros. Esta evidencia contradice otra de las ideas mil veces repetidas por la crítica menos seria y el imaginario musical popular, según la cual el “Indie” español fue un estilo elitista que jamás tuvo éxito de ventas ni de público y que nunca movilizó más de unos pocas decenas de miles de aficionados. En aquellos años (los 90) llegar a los primeros puestos de las listas aún suponía vender cientos de miles de discos.

Renacimiento del rock urbano. La reinvención de un viejo estilo (1990-2000)

Fernando Madina, de Reincidentes
El otro gran fenómeno en el rock español de los 90 fue el resurgimiento del Rock Urbano.

En realidad, la cosa debe ser matizada, porque no fue exactamente así. No hubo tanto un renacimiento como una reinvención. El viejo Rrollo de los setenta murió, definitivamente, tras la eclosión del punk y La Movida entre 1977 y 1981 y nunca llegó a resucitar. Lo que ocurrió a principios de los 90, más que una recuperación, fue (como ya hemos dicho) una reinvención en el sentido literal de la palabra. La creación, ex-profeso, de un nuevo subgénero que mantenía cierta conexión con sus antecedentes pero que era, al mismo tiempo, radicalmente nuevo.

Como ya se ha explicado en el apartado correspondiente, los que mantuvieron vivo el estandarte durante los 80 fueron los gallegos Los Suaves, los navarros Barricada y el madrileño Rosendo, antiguo líder de los seminales Leño. Pero su estilo, aunque directamente derivado del que practicaban las viejas bandas hardrockeras de los setenta, estaba, a su vez, influido y actualizado por sonidos más modernos, sobre todo por el punk y por el heavy metal.

A principios de los 90, los tres atraviesan por un momento dulce, consolidando su público, obteniendo unas ventas apreciables y editando discos en directo (cosa que en el panorama discográfico español de entonces era un demostración de éxito) a pesar de haberse mantenido al margen de las tendencias mainstream. Y es entonces cuando surgen una serie de grupos inspirados directamente por su sonido y estética; a la que, a su vez (y esto es muy importante), suman una serie de influencias nuevas que suponen una auténtica renovación/reinvención del género. Todas esas jóvenes bandas han crecido escuchando a Los Suaves, los Barricada, Rosendo y su antigua banda Leño, sí... Pero también el punk español y extranjero de segunda o tercera generación, el omnipresente heavy metal, el hardcore y, especialmente, el Rock radical vasco.

Son grupos como Reincidentes, Boikot, Platero y Tú, The Flying Rebollos, El Último Ke Zierre, Soziedad Alkoholika, Ska-P, Porretas, Tako, Transfer, Maniática, Sínkope, A Palo Seko, Mojinos Escozíos, Kaos Etiliko, Celtas Cortos, Los Muertos de Cristo o Mägo de Oz.


Extremoduro, auténticos abanderados del rock urbano español a partir de los 90
No todos son iguales. Unos tiran más hacia el hardcore, otros hacia el punk. Los hay que tienen evidente querencia por sonidos “metaleros”, mientras otros tienden a la cosa humorística y chistosa (reenlazando con la vieja tendencia paródica de ciertas bandas de mediados de los setenta). Algunos mezclan el ska con el punk y el hard rock. E incluso los hay que apuntan hacia el folk español tradicional (de la mitad norte peninsular) de raíces célticas (caso de Celtas Cortos y Mägo de Oz –estos últimos redescubriendo, por su cuenta, cosas que ya anticiparon viejas bandas del Rrollo como Ñu). Pero casi todos tienen en común la influencia de las bandas ochenteras supervivientes del Rock Urbano español, una actitud crítica, militante (de izquierdas) y comprometida en las letras (de tipo antimilitarista, antigubernamental, antisistema; muy deudora del RRV de la década anterior) y un sonido perfectamente reconocible. Así como una estética determinada (cabellos largos, barbas mal afeitadas, camisetas anchas, calzado deportivo, pantalones rotos, "feísmo" rockista) y una actitud clara y reconocible. Radicalmente diferente a la del “indie” (cuyo supuesto desaliño era bastante más "cuidado") y, también (pero por caminos y razones totalmente diferentes) a la de la Movida de los ochenta.

Pero de todas las bandas surgidas entonces, la que marcó realmente esa época y supuso un auténtico punto de inflexión, congregando en torno a sí a cientos de miles (si no millones) de seguidores y sellando la pauta estética y espiritual del movimiento, fue Extremoduro. Nacidos en Plasencia -un pueblo de la región española de Extremadura- y comandados por el carismático Roberto Iniesta, el grupo fue al rock urbano de los noventa (y siguen siendo, todavía hoy) lo que los Leño al viejo Rrollo de los setenta. Su máximo exponente y su estandarte. El ejemplo perfecto y el faro-guía del movimiento. Auténticos superventas (han vendido cientos de miles de discos; quizás millones, sólo en España), seguidos por una legión de enfervorizados fans; su evolución, marcada por la aparición de cada uno de sus discos (y que va desde un estilo inicial más cercano al punk y al RRV hasta un curiosa simbiosis entre el rock sinfónico, el viejo rock urbano español más clásico, el antiguo progresivo y una especie de hardcore melódico), ha señalado el camino y ha sentado, de alguna forma, el canon del género.




El movimiento, aunque perfectamente reconocible, no ha estado de exento de controversia. Para empezar, en lo que se refiere a su denominación. Se han manejado muchos términos. Y el que nosotros usamos: Rock Urbano propiamente dicho o rock urbano (que sería el más apropiado), no es, ni mucho menos, definitivo. Los críticos, aficionados e, incluso, las mismas bandas, han tendido también a usar otros nombres. Cosas como “Rock Transgresivo”, “Rock Reivindicativo”, “Rock Barriobajero”, “Rock Poético”, “Rock Estatal” (lo que no deja de ser bastante absurdo), “Rock Kalimotxero” (esta expresión tiene, a veces, sentido peyorativo) o, en un ejercicio reduccionista que da lugar a muchísimos malentendidos y discusiones (al reducir el todo a un parte ínfima) simplemente “Rock Español”.

Como ya había hecho la Movida años antes, y estaba haciendo el “indie” en ese momento, el rock urbano también creó su propia escena de bares y salas -aprovechando, en buena parte, la que había creado el heavy metal ochentero- y se vio apoyado por muchos medios de comunicación: revistas (básicamente las que desde tiempo atrás venían apoyando los sonidos duros y heavies; aunque también hubo algunas de nueva creación como "Rock Estatal"), programas de radio, etc. No obstante, hay que señalar que, a diferencia del indie, no alumbró un número equivalente de discográficas independientes ni de fanzines. Quizás porque, como le había pasado al heavy metal durante la década anterior, su propio vigor y el elevado número de seguidores lo hacían innecesario; al fin y al cabo, los grupos vendían suficientes discos y arrastraban suficientes seguidores como para no necesitar ese tipo de cosas. Los primeros grupos aprovecharon, de hecho, los pequeños sellos que ya habían dado cancha al Rock radical vasco. Y casi todos, con el paso del tiempo, terminaron fichando por multinacionales (entre otras cosas porque vendían muchos más dicos que las bandas "indies"). No obstante, hay que decir que sí surgieron algunos sellos nuevos como Discos Suicidas o Mil A Gritos Records; pero su número fue muchísimo menor que en la escena “rival”. También aparecieron festivales que, al estilo de los “indies”, reunieron audiencias masivas y alcanzaron gran predicamento. Es el caso del Espárrago Rock en Andalucía o del mucho más famoso Viña Rock en Castilla-La Mancha.


Mägo de Oz
En cualquier caso, hacia finales de la década, el vigor del rock urbano era tal que incluso terminó integrando y fagocitando en su seno buena parte de escenas antes tan dispares como la del heavy metal, el punk y el hardcore propiamente dichos, que hasta ese momento habían conformado micro-cosmos aislados y autosuficientes. Esa "absorción" no significó, en modo alguno, la desaparición de esas escenas (que a día de hoy siguen vivas) pero sí propició un evidente trasvase de medios y, sobre todo, de público.

La cosa tuvo sus puntos positivos y negativos; porque al mismo tiempo que reunía ambientes y estéticas dispares (propiciando fructíferas y enriquecedoras relaciones, influencias y feedbacks), también diluía y empobrecía escenas activas, pujantes y vivas justo hasta entonces, imponiendo una cierta uniformidad estética, espiritual y musical que terminó afectando su propia esencia.

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