viernes, 16 de junio de 2017

rock del 2000 en adelante

Los años 2000 y lo que llevamos de los 2010 han sido, a grandes rasgos y en lo que al rock español se refiere, una prolongación de la última década del siglo XX. Más que cambios o evoluciones propiamente dichas, lo que se ha dado es una acentuación de ciertas tendencias y corrientes que ya se venían observando en el panorama musical español desde finales de los ochenta y principios de los noventa (y que han sido reseñadas en el apartado anterior) y, al mismo tiempo, una especie de estancamiento, agravado por una cierta desviación y pérdida del sentido original de otras.

La crisis de la industria discográfica y la «latinoamericanización» del mercado musical español


Pero, por encima de todo, lo que más ha caracterizado estos últimos años –condicionando enormemente el panorama del Rock y, en general, de toda la escena musical española- ha sido la existencia de una crisis discográfica sin precedentes (de carácter mundial) provocada por un desplome absoluto en la venta de discos que no ha sido compensada por el enorme éxito de los soportes digitales (en el caso concreto de España, el país ha pasado de ser el octavo mercado mundial a ocupar el puesto decimotercero) y que se ha traducido en una política comercial controvertida y, hasta cierto punto, errática por parte de las compañías multinacionales. Así, en busca de la minimización de pérdidas, las principales discográficas han puesto en práctica estrategias conservadoras y poco imaginativas, consistentes, básicamente, en la promoción de productos de rápido consumo y de música prefabricada.

A esto se ha sumado la “reclasificación” e inclusión -por parte de algunas multinacionales- del mercado nacional español en el denominado “mercado latino” a partir del año 2000. En consecuencia, una parte importante de la música que ahora se publica y promociona en España consiste en el así llamado “pop latino”: canciones de diferentes géneros -entre los que el rock está prácticamente ausente u ocupa un lugar mínimo-, manufacturadas en serie desde Miami (convertida desde finales de los años 90 en la “capital de la industria musical del mundo hispanoparlante”)  y para un macromercado transcontinental pero básicamente latinoamericano; en el que el español, a pesar de su retroceso, sigue siendo el mayor en cifras totales. Un mercado que se ve como un todo único y en el que no se toman en consideración las diferencias socio-económicas, culturales o de tradición musical sino solamente el criterio lingüístico. Lo paradójico es que, entre las causas de su creación por parte de las discográficas multinacionales, estuvo el auge que durante los 90 el rock había experimentado en Latinoamérica (sobre todo en Argentina y México) y su éxito en los diferentes países iberoamericanos y entre el público estadounidense de lengua hispana. Y decimos paradójico porque, a pesar de eso, tras el surgimiento de ese nuevo macromercado, el rock como tal fue ignorado casi desde el primer momento, en beneficio de otros sonidos y ritmos más bailables y comerciales.

Así pues, durante los noventa el rock español había visto su hegemonía social, musical, comercial y estética seriamente cuestionada por movimientos como el Hip hop, el Rap, la Música Dance, la Cultura Rave, la Electrónica y la eclosión de los Dj’s, ciertamente. Pero había mantenido el tipo y sobrevivido con muy buena salud. En cuanto al nuevo siglo XXI, a todo lo anterior vienen a sumarse nuevos rivales y, sobre todo, nuevos desafíos que se lo están poniendo más difícil. Por una parte, la crisis discográfica y el descenso de la venta de discos (que afecta por igual a todos los estilos). Por otra, el cambio de paradigma con respecto a la música en vivo (como consecuencia de la proliferación de macro-raves y concentraciones a cargo de uno o varios disc-jockeys en detrimento de los conciertos “tradicionales” de música en vivo). Sumemos a eso el constante ninguneo por parte de los mass-media generalistas (especialmente la TV), orientados casi exclusivamente a los temas manufacturados por las factorías multinacionales, los ritmos de baile y los sonidos de rápido consumo. Y, por último (y quizás como consecuencia de todo ello), la inesperada “latinoamericanización” del mercado musical español y de los gustos de determinado sector del público acaecida tras la “invasión” del “pop latino” y de ritmos afrocaribeños como el reaggetón, el electro latino y otros.

El rock comercial y la moda del mestizaje
A pesar de todo lo dicho, lo cierto es que, contra viento y marea, el rock en España sigue presente y goza aún de notable éxito y bastante vitalidad, tanto en su aspecto mainstream como en el de las subescenas especializadas.



O'funk'illo -exponentes del "mestizaje" en el rock español- en 2014
Con el cambio de siglo surgieron bandas con un carácter marcadamente comercial, dirigidas a un público juvenil y que tuvieron mucha aceptación durante unos años. Hablamos de grupos como El Canto del Loco, La Oreja de Van Gogh, Pignoise, La Rabia del Milenio o El Sueño de Morfeo. Todos, en mayor o menor medida, eran herederos de los viejos sonidos ochenteros; aunque simplificados y, en general, reducidos a una especie de lugar común ya mil veces explotado y en absoluto original.

Al mismo tiempo, bandas de nueva creación y cuyo estilo, siendo comercial, no era tan simplificado y unidireccional como el de las anteriores, también alcanzaron los primeros puestos de las listas. Hablamos de nombres como Pereza, Elefantes, Vetusta Morla, Love of Lesbian (estas dos últimas incluso fueron presentadas como “continuadoras” de la escena indie de la década anterior) y, sobre todo, Amaral (que se han convertido en el grupo más vendedor del rock español durante el nuevo siglo). Junto a ellos, grupos y solistas cuyas carreras se habían iniciado décadas antes, como Enrique Bunbury (antiguo cantante y líder de Héroes del Silencio), el hispano-argentino Andrés Calamaro, Loquillo, Los Enemigos, Manolo García, Los Secretos, Fangoria o el excomponente de Gabinete Caligari Jaime Urrutia siguieron obteniendo un notable éxito.

Pero la principal novedad durante la primera década del nuevo siglo fue el surgimiento y auge de un movimiento que, en su momento (en España, como en otras partes del mundo) se denominó “Mestizaje". Dejando aparte sus verdaderos orígenes (basados, sobre todo, en el Latin Rock y en la World music), su aparición tuvo mucho que ver con el éxito internacional, a partir de finales de los años 90, del francés Manu Chao (tanto en solitario como con su última banda Mano Negra); y, básicamente, se trataba de una fusión entre el pop, el rock, los sonidos latinos y caribeños, el reggae, la música negra africana, la música árabe, el Hip hop, el flamenco y la rumba gitana española.

Representantes de esa corriente “mestiza” fueron grupos y solistas surgidos en los últimos años 90 o ya con el nuevo siglo, como Estopa, Macaco, Amparanoia, O'funk'illo, Jarabe de Palo, Ojos de Brujo, Café Quijano, Pastora, Canteca de Macao, La Cabra Mecánica, Muchachito Bombo Infierno o Bebe, que durante los años 2000 gozaron de considerable éxito comercial. Y, curiosamente, también de notable presencia mediática (mucha más que la dedicada al rock tradicional, fuese del subgénero que fuese); y eso en un momento en que los medios generalistas –sobre todo la TV- apenas prestaban atención a fenómenos que no fuesen la música más comercial y estandarizada y los grandes lanzamientos internacionales. Quizás el eco mediático se debió a que sus propuestas casaban bien con la ya mentada “latinoamericanización” del mercado musical español; pero también, sin duda, a que el estilo conoció un evidente auge durante esos años en el resto de Europa y del mundo.

En cualquier caso, a pesar de su omnipresencia mediática y de la aceptación comercial, el “mestizaje” no dominó, en absoluto el panorama del rock español durante la década de los 2000. Los viejos estilos (sobre todo el rock urbano; pero también el rock tradicional) siguieron tan activos y presentes como en los años anteriores.

Supervivencia del rock urbano, desaparición del indie y reencuentro (e internacionalización) de las sub-escenas

Marea en directo
Como ya hemos dicho, el nuevo siglo no ha sido, en muchos aspectos, sino una continuación de las tendencias experimentadas durante los 90. Aunque pueden señalarse salvedades. Aparte de las destacadas en los apartados anteriores, la más llamativa fue la desaparición del “Indie” como movimiento vivo, reconocible.


Fito, de Fito & Fitipaldis
Efectivamente, a partir de la década del 2000, los medios generalistas y las promotoras discográficas se apropiaron del término, utilizándolo para describir cualquier subgénero del rock o del pop que no podía ser adscrito al rock urbano, desvirtuándolo hasta el punto de dejarlo sin sentido.

Así, fueron presentadas como “indies” desde bandas de rock más o menos comercial (como Vetusta Morla, Izal, Love of Lesbian y Manel) hasta grupos que practicaban estilos tradicionales de rock o que se dedicaban al experimentalismo electrónico. En consecuencia, el adjetivo perdió su significado. Al mismo tiempo, la mayor parte de las formaciones originales de los 90 terminaron disolviéndose, mientras las supervivientes (y las que tomaron el relevo) o bien formaban sus propias escenas, o bien se integraban en las ya existentes desde años antes.

Por el contrario, el Rock urbano sigue gozando de buena salud. El movimiento es, a día de hoy, (como ya ocurriera a finales de la década anterior) la corriente más visible y predominante del rock español. La mayor parte de las viejas bandas de los 90 continúan en activo, arrastrando tras sí millones de seguidores y alcanzando con frecuencia los primeros puestos de las listas. Y a ellos se han sumado, durante el nuevo siglo, grupos y solistas como Marea, Fito & Fitipaldis, Poncho K, Insolenzia, Mala Reputación, La Fuga, Albertucho, Silencio Absoluto y docenas más. Incluso ha habido una cierta proyección internacional hacia Latinoamérica, sobre todo por parte de los folk-metaleros Mägo de Oz (que han obtenido un enorme éxito al otro lado del Atlántico) y de los icónicos Extremoduro.

No obstante, y a pesar de su arraigo y aparente vigor, un sector de la crítica ha comenzado a apreciar ciertos síntomas de estancamiento en la escena, señalando que la mayor parte de las bandas «urbanas» surgidas durante el siglo XXI practican un excesivo «seguidismo» en cuanto a estética, sonido y temática con respecto a sus hermanos mayores de los 90. Según ellos, apenas ha habido renovación estilística desde la reinvención del género; y casi todos los grupos dependen en demasía de la evolución que van marcando las figuras más señeras (sobre todo Extremoduro).


Suzy & Los Quattro
Por otro lado -siempre según ese sector "revisionista" de la crítica-, la fagotización/absorción por parte del rock urbano de un importante sector de las escenas punk y Heavy Metal tampoco fue realmente positiva. El fenómeno perjudicó a esos estilos, acarreándoles una pérdida de visibilidad y público evidente y obligándolos, en un primer momento, a refugiarse en una especie de “coto cerrado” relativamente minoritario y purista. Afortunadamente, conforme avanzaba el nuevo siglo, ambas escenas han ido recuperando el pulso y la vitalidad.

El punk, fiel a sus raíces subterráneas, ha seguido adelante, retomando en buena parte su espíritu original (más cercano a la esencia de 1977 que al Hardcore ochentero) con grupos como Los Rizillos, Capitán Entresijos, Motociclón, Muletrain. Los Chingaleros, Los Lügers o Los Bultacos. Mientras el Heavy metal, por su parte, se actualizaba, decantándose hacia subgéneros relativamente nuevos como el Black metal, el Death metal o el Viking metal (también conocido como “Pagan”) con bandas como Nahemah, Survael, Noctem, The Art of Blasphemy, Altar of Sin, As Light Dies o Legen Beltza.


Atom Rhumba en directo
Otras escenas, ajenas por completo al auge y predominio del rock urbano, siguen igualmente activas y vigorosas. Así, la formada por los sucesores “legítimos” del indie noventero ha visto surgir grupos y solistas como Deluxe, Tachenko, Astrud, La Habitación Roja, Supersubmarina, Sidecars, Russian Red, La Casa Azul, La Costa Brava, Copiloto, La Monja Enana, El Columpio Asesino, Lori Meyers, los exitosos Sidonie o el inclasificable Bigott.

Y en el rock directo y guitarrero, el rock and roll tradicional, el power pop, el punk pop y la escena garajística (y cantando tanto en inglés como en castellano o en otras lenguas españolas como el gallego, el catalán o el vasco), destacan Atom Rhumba, Belako, Basque Country Pharaons, Big City, The Phantom Keys, Hinds, Las Aspiradoras, Suzi y los Quattro, F.A.N.T.A., Los Rock-A-Hulas, Las Membranas, Cabezafuego, Airbag, Thee Vertigos, los gallegos Novedades Carminha, Guitar Mafia, Arizona Baby, The Faith Keepers, Los Bengala, Jet Lag, Los Paniks, Los Torazinas, Los Twangs, The Parrots, Los Vibrants, Fogbound, Soul Gestapo, Los Zigarros, Biscuit, Mossen Bramit Morera i Els Morts (que practican garaje interpretado en catalán) o los navarros Bizardunak (que mezclan rock, punk y folk de raíces vascas cantando exclusivamente en euskara).

Paradójicamente, la falta de atención por parte de los medios, ocupados únicamente en promocionar productos prefabricados , música de baile y “pop latino” (siguiendo los dictados de la industria), así como el predominio del rock urbano, han tenido también consecuencias positivas para las micro-escenas del rock español. En primer lugar, las ha obligado a abandonar el aislamiento casi autista en el que se habían encerrado desde finales de los años 80, propiciando su interrelación y su simbiosis con resultados francamente estimables. Y, en segundo lugar, las ha animado a reconstruir y poner en común sus propios circuitos de conciertos, grabación y distribución.


Hinds en concierto en Londres
Apoyándose en los nuevos medios digitales, en los sellos independientes (no sólo los españoles, sino del resto de Europa –para los que han grabado ya muchas bandas nacionales ), en las radios libres, en las revistas especializadas y, sobre todo, en un público fiel y más numeroso del que la representatividad mediática podría hacer pensar, el rock español ha montado así (y por su cuenta) toda una red de salas y festivales. A los ya nombrados en el apartado dedicado a los año 90 (Festimad, Primavera Sound o FIB para los sonidos más alternativos; y Viña Rock o Espárrago Rock para el rock urbano) se han sumado ahora el Sonorama, el Purple Weekend, el Euro Yeyé, el Azkena Rock Festival, el Funtastic Drácula Carnival, el Rockin' Race Jamboree y docenas más, repartidos por todo el país.

En ellos, junto a bandas del panorama internacional, actúan los nuevos grupos españoles de diferentes géneros (con especial preferencia por el rock contundente, los sonidos revivalistas, el garage, el punk y el rock alternativo), congregando a cientos de miles de asistentes, manteniendo vivas las escenas y revitalizando los viejos estilos. Al mismo tiempo, es también frecuente la participación de formaciones españolas en festivales y concentraciones celebradas en otros países europeos, lo que estrecha la relación entre las diferentes escenas nacionales y facilita el intercambio de influencias, sonidos y público.

Así, paradójicamente, el rock español ha vuelto, de alguna forma, a internacionalizarse (como ya ocurriera en los 60 y, puntualmente, en las décadas posteriores) accediendo otra vez a los mercados europeos y anglosajones. Aunque, a diferencia de entonces, esta vez no llega a las listas de ventas mainstream, sino a las alternativas. En ese sentido, es paradigmático el ejemplo de las madrileñas Hinds en 2015-16.

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