viernes, 16 de junio de 2017

rock en los años 70

En 1969-70 el panorama del rock en España, a primera vista, parece excelente.

Pero lo cierto es que las cosas han cambiado mucho con respecto a la primera Época Dorada (1964-68). La llegada del Soul, el Blues rock, la Psicodelia, la cultura Hippie y las nuevas tendencias de finales de los sesenta han afectado negativamente a la mayor parte de las bandas anteriores (los «conjuntos»), que, o bien no han sabido adaptarse a los nuevos estilos, o lo han hecho de manera forzada y poco natural. Los grupos originales van desapareciendo con el cambio de década (con la notable excepción de los longevos Lone Star, que sobrevivieron hasta los años 80)y los que los relevan son muy diferentes. Y, como dato relevante, el castellano cede, cada vez más, ante el inglés como principal lengua de expresión en el rock español durante los primeros setentas.

Principio de los setenta. El fenómeno del «underground» y del rock progresivo (1969-1973)
Lo que pocos años antes era una escena variada pero homogénea y reconocible, va cambiando y escindiéndose en dos corrientes bien diferenciadas:


Los sevillanos Smash en 1969.
Por un lado aparecen bandas que, tras la desaparición de la moda «Yeyé», practican lo que podría ser considerado el equivalente español al «Bubblegum pop» (o música chicle) que, en la época, cosechaba gran éxito en Estados Unidos y Reino Unido. Hablamos de grupos como Fórmula V, Los Diablos, etc, a los que se unen (en una triste evolución hacia la comercialidad menos exigente) supervivientes de la generación anterior, como Los Mitos, Los Jóvenes, Los Beta y otros. La música que practican es un pop interpretado en castellano, pero infantilizado y extremadamente comercial. Una música pegadiza, facilona y de rápido consumo que ya no tiene verdadera vocación rock. Esta corriente sobrevivirá hasta mediados de la década de los setenta, haciéndose cada vez más reiterativa y ramplona, aunque gozando hasta el final del favor del público. Junto a ella, prosperó también una escena de rock comercial, melódico y baladístico cuyos máximos representantes fueron los barceloneses Santabárbara (aunque, en puridad, hay que aclarar que la banda catalana alternaba las baladas claramente comerciales con un sonido más cercano al Hard rock en sus discos).

Por el otro lado, hacia 1969, los sonidos del blues rock y la Psicodelia sesentera evolucionan hacia lo que, en España, se conoció como el «Underground»; término con el que se lo identificaba en su época, sin que la palabra guarde verdadera relación con lo que realmente significa en inglés ni con lo que ahora se entiende por tal en relación al rock (en realidad era la denominación que en la época se usó para el Rock progresivo hecho en España). Y que venía a representar una mezcla entre la cultura Hippie, los experimentos post-psicodélicos de bandas como The Grateful Dead, The Mothers of Invention, Captain Beefheart, Vanilla Fudge, Hawkwind o Soft Machine; el primer Rock sinfónico británico de Yes, Jethro Tull, King Crimson, Van der Graaf Generator o Pink Floyd; el Hard rock de Led Zeppelin, Deep Purple o Black Sabbath; y el Jazz-rock de Chick Corea y Return To Forever. Al abrigo de la etiqueta «underground» surgen multitud de grupos y solistas entre 1968 y 1971. Aunque estilísticamente presentan algunas diferencias (hay bandas más escoradas hacia el blues rock, otras tienden al hard, algunas son todavía muy psicodélicas; e incluso las hay netamente experimentales), todos tienen en común las influencias antes señaladas, un sonido claramente identificable como Rock progresivo y el uso casi general del inglés para sus composiciones, abandonando el castellano que sus «hermanos mayores» de los 60 habían empleado hasta aquel momento. Las bandas más reseñables del movimiento son Máquina!, Om, Yerba Mate, Módulos, Proyecto "A", Vértice, Euterpe (que colaboran activamente con el ex-componente de Soft Machine Daevid Allen), Cerebrum, Expresion, Alacrán, Pan & Regaliz, Música Dispersa, Xetxu, Gong, Mi Generación, Fusioon, Darwin Theoria, Nuevos Tiempos, Evolution, All & Nothing, Ia & Batiste, etc.


Los progresivos Maquina! junto a Salvador Dalí en una imagen de 1970.
Entre todos ellos hay que destacar algunos ejemplos que, o bien se apartaron claramente de la corriente principal o bien trascendieron el estilo y el momento, sobreviviendo a la posterior debacle del género y ejerciendo una tremenda influencia en las generaciones siguientes. Hablamos de grupos como Época, los sevillanos Storm o Tapiman (todos ellos practicantes de un Hard rock explícito, en la estela de bandas británicas como Deep Purple, Led Zeppelin, Grand Funk Railroad o Black Sabbath; sin ningún resabio sinfónico ni progresivo -y por ello auténticos precursores de lo que luego daría en llamarse Heavy metal); de los solistas catalanes Pau Riba y Jaume Sisa (que publicaron todas sus canciones en idioma vernáculo –en su caso el catalán-);6 de las Vainica Doble (un dúo femenino que cantaba únicamente en castellano); de Cecilia y de Hilario Camacho (a los que a veces se ha catalogado como cantautores pero cuyos primeros discos y sonidos estaban muy cercanos al Rock progresivo y al psych-folk); del vasco Mikel Laboa (del que puede afirmarse lo mismo, pero cantando en euskara); de Solera (más orientados al folk-rock y también expresándose, como los anteriores, exclusivamente en castellano); y, sobre todo, de los sevillanos Smash, una de las formaciones más originales, influyentes y peculiares de toda la historia del rock español (que combinaron hábilmente el prog, el blues rock, la tardo-psicodelia, la fusión flamenca y hasta el Hard rock).

Al contrario de lo que había ocurrido hasta entonces con los diferentes estilos y subgéneros surgidos en los sesenta, casi ningún grupo (con la notable excepción de Módulos) de los que se acogieron a la etiqueta «Rock Progresivo» o «underground» consiguió un éxito de ventas ni logró verdadera aceptación popular. Y eso que, como ya se ha señalado, el término «underground» era en realidad una etiqueta comercial, no la expresión de una realidad (no fue nunca un estilo marginal ni «subterráneo» ni sufrió ningún tipo de silenciamiento o rechazo por parte de la industria). Es más, contó con el apoyo activo de muchos medios, como la nueva prensa musical nacida en la época (revistas como Disco Exprés o Cau; y periodistas como Mario Pacheco, Gonzalo Garciapelayo, Ángel Casas y Jordi Sierra i Fabra), la radio (donde proliferaron los programas dedicados al género) y un buen número de casas discográficas. Incluso se realizaron frecuentes festivales dedicados a los nuevos grupos y sonidos progresivos, tanto en Madrid como en Barcelona y otros puntos del país.

Se han formulado varias teorías para explicar esa falta de éxito popular del «Underground». Según la más extendida, el motivo principal residió, más que en el experimentalismo musical (que tampoco fue tan exagerado), en su insistencia en emplear el inglés en lugar del castellano. Algo que, a día de hoy, puede sonar estúpido y simplista, pero que habría que situar en su época. Al fin y al cabo, los ya citados Módulos, tan «underground» y «progresivos» como las demás y que citaban entre sus influencias a Vanilla Fudge, Procol Harum, Manfred Mann Chapter Three o Rare Bird, obtuvieron un éxito más que notable entre 1970 y 1973, colocando, uno tras otro, sus sencillos y LPs en las listas de superventas. Tal vez, simplemente, porque cantaban en español y mantenían su pulsión experimentalista dentro de ciertos límites.

No obstante, esa explicación no termina de ser totalmente convincente. Por un lado porque, aparte de los grupos y solistas reseñados que sólo cantaban en español (Módulos, Vainica Doble, Solera, Hilario Camacho, etc) o en sus idiomas regionales (gallego para Xetxu, catalán para Riba y Sisa) varias de las bandas claramente progresivas o hardroqueras alternaron el inglés y el español con relativa frecuencia (hemos de insistir en que, en contra de lo que algunas veces se ha sostenido, no hubo ningún periodo en el Rock español en el que se abandonase el castellano como medio de expresión, ni siquiera en estos años del «underground»).


Y por otro, porque no podemos obviar el caso de Barrabás, un grupo español que fusionaba el rock con los ritmos latinos, la música africana, el Soul, el jazz y el funk en la estela de Santana, Malo u Osibisa y que cantaba exclusivamente en inglés; lo que no le impidió tener un notable éxito en España y, además, le permitió alcanzar los primeros puestos en las listas de Europa Occidental e, incluso en el mercado anglosajón (USA, Canadá y Reino Unido) entre 1971 y 1975. De hecho, Barrabás fue la única banda española que tuvo proyección internacional durante los setenta y el único caso en el que se cumplieron las expectativas de «exportación» que el rock nacional abrigaba a finales de los sesenta. Y todo ello, naturalmente, cantando en inglés. Por lo que el tema del idioma, por sí solo, no explica bien el fracaso comercial del movimiento progresivo.

Segunda mitad de los setenta. Nacimiento y auge del rock andaluz y del rock urbano (1973-1978)
Sea por una u otra razón, lo cierto es que hacia 1973 el «underground» se había agotado y, tras su paso, la situación del rock español había cambiado radicalmente con respecto a finales de los sesenta. Salvo casos puntuales como los ya señalados, el género había perdido la omnipresencia y el favor popular que había tenido en la década anterior. El público y los medios, en aquel momento, se inclinaban más por la canción ligera, los cantantes melódicos -tanto nacionales (del estilo de Julio Iglesias o Camilo Sesto) como, sobre todo, italianos-; los cantautores (que experimentaron un asombroso auge entre finales de los sesenta y principios de los setenta) y, por encima de todo, la naciente Música disco. El rock español ya no era la principal referencia de las nuevas generaciones. Y su presencia en los medios, al menos de forma masiva, era mucho menor.

No obstante, hay que citar, siquiera sea como curiosidad, la fugaz aparición, entre 1973 y 1976, de lo que dio en llamarse Gipsy rock y que consistía, básicamente, en la interpretación en clave de rock (con un sonido cercano al Glam o muy influenciado por éste) de las músicas propias de la minoría de etnia gitana que habitaba pequeñas zonas (que a veces adoptaban la forma de auténticos ghettos) de algunas grandes ciudades españolas; ritmos basados, básicamente, en la rumba gitana, la copla, las canciones carcelarias y el flamenco. Más que un movimiento real, fue una creación de la industria discográfica; pero eso no impidió que, a pesar de su corta vida, obtuviese un notable éxito popular, alumbrase formaciones y solistas tan idiosincráticos y originales como Las Grecas (cuyo primer álbum se titulaba, precisamente, «Gipsy Rock»), Los Chorbos, Los Amaya o El Luis y diese lugar a un tipo de sonido peculiar que en su día también se conoció como Sonido Caño Roto. Tras su rápida desaparición, el Gipsy rock, aún coleó en algunos grupos gitanos como Los Chunguitos (a los que habitualmente se relaciona con la rumba pero cuyos primeros discos tenían una evidente cercanía al rock, al menos entre finales de los 70 y principios de los 80) y, sobre todo, influyó a toda la escena «rumbera» y gitana de años posteriores (que ya no tenía nada que ver con el rock).

En cualquier caso, y a pesar de ese «reflujo», en modo alguno se puede afirmar que el Rock como tal dejase de tener presencia y aceptación en España. De hecho, grupos y solistas extranjeros como Led Zeppelin, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, Pink Floyd, Santana, T-Rex, David Bowie, Rod Stewart, Black Sabbath, Supertramp o Eric Clapton cosechaban un enorme éxito, vendían cientos de miles de discos -llegando a los primeros puestos de las listas- y, cuando algunos de ellos actuaban en el país (como fue el caso, entre 1970 y 1976, de Lou Reed, Jethro Tull, John Mayall, The Rolling Stones, Traffic, Status Quo, Queen, Eric Burdon o Rory Gallagher, entre otros), contaban con una masiva asistencia de público. Así pues, el Rock, como género, seguía teniendo aceptación entre la juventud y millones de seguidores dispuestos a disfrutarlo. Fue la evolución seguida por la propia escena, la “resaca progresiva”, la que había provocado el divorcio entre el rock español y su público.


Pero, afortunadamente, eso empezó a cambiar a partir de 1973. Aparecieron nuevas bandas que estaban dispuestas a aprovechar la experiencia progresiva, asimilando las nuevas corrientes internacionales y llenando el hueco que se había creado en la escena nacional. Así, en Cataluña surgen formaciones como Companyia Elèctrica Dharma, Iceberg, Pegasus o Música Urbana que dan lugar a un movimiento conocido en su día como Rock Laietá ; y, a su lado, otras como Suck Electrònic Enciclopèdic, Macromassa o Perucho's que alumbran, paralelamente, una escena experimental y arty, más relacionada con la música electrónica y emparentada con lo que en países como Alemania se estaba haciendo en ese momento a través del kraut rock. En Galicia, Emilio Cao publica sus primeros discos, directamente adscribibles al Psych-folk, en los que mezcla las viejas enseñanzas de la psicodelia, el prog y la Música celta de tradición gallega. En otras partes del país aparecen Bloque, Araxes II, Crack, Pep Laguarda & Tapineria, Agamenón, Tílburi, Itoiz, o Ibio. Todos estos grupos (salvo los experimentalistas barceloneses, el gallego Cao y los folk-rockeros Tílburi) practican, en realidad, Rock sinfónico (género que en aquel momento dominaba el panorama mundial) al que, a veces, añaden elementos de la música tradicional del país. Y, desde luego, todos ellos cantan mayoritariamente en su lengua materna (sea castellano, catalán, gallego o euskera).

Surgieron también una serie de bandas que practicaban un tipo de rock de carácter irónico, humorístico, irreverente y casi vodevilesco (siempre cantado en español) y cuya clasificación dentro de un estilo resulta casi imposible de establecer; aunque, si hay que relacionarlas con algún referente externo, quizás la Bonzo Dog Doo-Dah Band o Frank Zappa y sus Mothers of Invention en su faceta más paródica serían los únicos ejemplo plausibles (y algo forzados). Hablamos de formaciones como Las Madres del Cordero, Desmadre , Moncho Alpuente y los del Río Kwai o Desde Santurce a Bilbao Blues Band. Aunque su vida fue breve (lo que no les impidió gozar de bastante popularidad en su momento), su influencia en el posterior devenir de la historia del Rock español fue más importante de lo que a primera vista pudiera parecer ; ya que al final de los mismos años 70, e incluso en las décadas posteriores (años 80 y 90) surgieron grupos que, de alguna forma, recuperaron el mismo espíritu chocarrero, mordaz y paródico aplicado al rock.


Pero, en cualquier caso, es en Andalucía donde el Rock sinfónico español alcanza su máxima expresión, alumbrando lo que se ha dado en llamar Rock andaluz; una corriente que aunaba el moderno sinfonismo de raíz anglosajona (pero interpretado en castellano), las enseñanzas del progresivo español (sobre todo las de Smash) y la propia tradición musical andaluza (el flamenco, principalmente); y que alcanzó, esta vez sí, un enorme éxito comercial y una presencia abrumadora a nivel de medios y listas en todo el país durante el resto de la década. Surgen entonces figuras como Gualberto o Lole y Manuel y, sobre todo, bandas como Goma, Imán, Cai, Azahar, Guadalquivir, Alameda o, un poco más tarde, Tabletom y Medina Azahara.

Pero entre todos ellos, son sin duda los sevillanos Triana los representantes por excelencia del rock andaluz, el grupo-icono del movimiento. Tras publicar su primer sencillo en 1974 (y su primer álbum en los primeros meses de 1975), se convirtieron en uno de los grupos más influyentes y exitosos de la historia del rock en España, marcando la pauta del género y vendiendo cientos de miles de discos durante el resto de la década.

Al mismo tiempo, en Madrid y otras ciudades aparecen bandas que, aunque también están influidas por el rock sinfónico, se decantan mayoritariamente hacia los sonidos más duros y ásperos del Hard rock, del Blues rock y de lo que en pocos años se conocerá como Heavy metal y que, aunque en un primer momento empiezan cantando en inglés, terminan empleando exclusivamente el castellano como medio de expresión. Surge así una corriente musical que dio en llamarse Rock Urbano que trascendió más allá de la década que lo vio nacer, llegando (bajo diferentes denominaciones, con nuevos intérpretes y modificado/actualizado por sucesivas influencias musicales) hasta nuestros días. Sus primeros representantes son grupos como Asfalto, Leño, Topo, Ñu, Coz, Unión Pacific, los gerundenses Atila, Red Box, Cucharada (con cierto punto teatral y resabios glitter), los valencianos Tarántula, los barceloneses La BEPS o los ya más cercanos al Glam rock Moon y Volumen. Incluso «históricos» de la década anterior como Lone Star o Miguel Ríos, que arrastran largas trayectorias desde los años 60 y seguían su particular evolución, podrían añadirse a la nómina «urbana» con sus álbumes de la segunda mitad de los setenta (el segundo también se acercó al rock andaluz con su disco «Al Andalus» de 1976). En contra de lo que muchas veces se ha afirmado, el movimiento fue apoyado activamente por la prensa musical (la ya mentada revista Disco Exprés o las recién aparecidas Popular 1, Vibraciones y Star), emisoras de radio (entre las que destacan las de la entonces reciente FM y, sobre todo, «Musicolandia», el programa del famoso disc-jokey Mariskal Romero), compañías discográficas como Movieplay, Gong (más especializada en el Rock andaluz) o Discos Chapa (creada expresamente por el propio Mariscal Romero para grabar ese tipo de bandas «urbanas» y que dio el pistoletazo de salida al género con la publicación, en 1975, del primer volumen de una recopilación de distintos grupos titulada «Viva el Rollo») o programas de TV (el entonces famoso «Popgrama» y, sobre todo, el recordadísimo «Musical Exprés») de forma que la mayor parte de las bandas consiguieron afianzarse en poco tiempo, adquiriendo carta de naturaleza y moviendo tras de sí multitudes de aficionados. Tanto es así que el «Rrollo» (como también se conoció al movimiento en aquellos años) puede ser considerado la principal manifestación del rock español durante la segunda mitad de los setenta (al lado del Rock andaluz y muy por delante –en grado de aceptación- del rock sinfónico propiamente dicho).

De entre todos los grupos citados, destacaron especialmente Leño. A pesar de su aparición relativamente tardía (1978), de su corta vida (que duró poco más de cinco años) y de su sucinta discografía (tres álbumes de estudio y uno en directo), consiguieron ser la banda más representativa, exitosa e influyente de esta primera generación del Rock Urbano español. Algo similar a lo que Triana supuso para el Rock Andaluz. Su legado, de hecho, atravesó los ochentas y los noventas llegando hasta la actualidad e influyendo a numerosas bandas españolas de rock duro.

Junto a todos estos grupos, surgen otros que podríamos calificar de «francotiradores», ya que, aunque comparten con los anteriores la adscripción generacional, el ambiente e, incluso, la escena, no pueden ser englobados realmente ni en el Rock Urbano ni en el sinfónico. Y para los que, en su momento, se acuñó el término «rock bronca», «rock macarra» o «rock cheli» a la hora de definir su estilo. Hablamos de bandas como Mermelada, Burning, Indiana, los vascos Brakaman o, ya más tangencialmente, La Romántica Banda Local, La Orquesta Mondragón, Veneno, Paracelso y Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.

A ellos se unen, a partir de 1976, una oleada de artistas argentinos compuesta por músicos de origen rioplatense que se asentaron en España inmediatamente posterior a la muerte de Franco tras el establecimiento de una dictadura militar en su país. Hablamos de Moris, Sergio Makaroff, Joe Borsani y, sobre todo, Tequila (un grupo mayoritariamente español pero que contaba con dos miembros, Alejo Stivel y Ariel Rot de origen bonaerense).

Ninguno de ellos (ni los españoles ni los argentinos) guardaban débitos con el rock sinfónico ni con el Hard rock o el Heavy Metal. Sus influencias eran otras. El rock 'n' roll clásico, los Rolling Stones de la primera época y principios de los setenta, el Lou Reed más afilado, el David Bowie de la era Glam, el Rythm’n’blues de la vieja escuela o el pop ingenuo e inmediato de los sesenta. Curiosamente, si tuviéramos que buscar fuera de España un equivalente a lo que representaban estas bandas y solistas, lo más aproximado que podríamos encontrar sería el movimiento Pub rock que, por aquellos años, se desarrollaba en Gran Bretaña. De hecho, Mermelada practicaban un rythm’n’blues nervioso y urgente que estaba muy cerca, espiritual y estéticamente, de lo que, por aquel entonces hacían los británicos Dr. Feelgood. Indiana eran una banda de rock'n'roll y pop directo en la línea de The Flamin' Groovies. Brakaman eran herederos, espiritual y estéticamente, del viejo Glam rock y de los sonidos de bandas como New York Dolls y solistas como Lou Reed. La Orquesta Mondragón aunaba escenificaciones circenses, casi vodevilescas y paródicas, al estilo de los estadounidenses The Tubes con un rock fibroso, inspirado también en el glam, en los sonidos clásicos de los 50, 60 y primeros 70 y en cosas como las que estaba haciendo por aquel entonces Ian Dury con su banda Kilburn And The High Roads o, poco después, con los Blockheads. Y Burning o Moris no andaban muy lejos de lo que Graham Parker, Hammersmith Gorillas, Eddie & The Hot Rods o Ducks Deluxe estaban grabando en aquel momento (aunque en el caso de los madrileños, lo suyo era claramente más «stoniano»; y en el del argentino, su larga trayectoria anterior en su país de origen le dotaba de un pedigrí que no necesitaba referencias coyunturales).

En cualquier caso, de todos ellos (y exceptuando al ya veterano Moris, que volvió a Argentina a finales de los 80) fueron Burning los que desarrollaron una carrera más larga, permaneciendo fieles a su estilo hasta el día de hoy; arrastrando tras de sí una legión de fieles seguidores que incluyen varias generaciones y ganando un prestigio que los ha convertido en uno de los iconos vivos del rock’n’roll español.

También hay que destacar la originalidad de Veneno, banda sevillana formada por Kiko Veneno y los hermanos Amador (de origen gitano) que fusionaron el flamenco con el rock pero de una manera muy distinta a las bandas de Rock Andaluz. El componente rock que Veneno manejaba no tenía nada de sinfónico, estando mucho más cerca del rock'n'roll tradicional, del Blues e, incluso, de la nueva sensibilidad que anticipaban sonidos más modernos que iban a surgir ya en la década siguiente. Tras la rápida disolución del grupo, en 1978, tanto Kiko Veneno como los hermanos Amador (Rafael y Raimundo) siguieron su propia trayectoria (que los ha mantenido activos hasta la actualidad). El primero integrándose, en cierto modo, en la Nueva Ola y el post-punk de los ochenta y desarrollando un estilo propio y peculiar; y los segundos montando la banda Pata Negra, en la que fusionaron de forma absolutamente explícita el flamenco y el blues. De hecho, Raimundo Amador se ha convertido, con el paso de los años, en un icono del blues en español (género al que ha aportado su sensibilidad gitana y aflamencada, llegando a tocar con figuras como B.B. King).

Por su parte, los Tequila alcanzaron, casi inmediatamente, un éxito multitudinario (mayor incluso que el de los sinfónicos andaluces Triana) y se transformaron en una banda superventas y en un ejemplo del fenómeno «fans» de finales de los setenta, colocando todos sus discos (sencillos y LPs) en el número 1 de las listas hasta su disolución, en 1982. Quizás fue, precisamente, su descomunal y sorprendente éxito entre el público adolescente lo que distorsionó su verdadera imagen entre los aficionados más puristas del rock. De forma que, en aquel momento, hubo quien les consideró demasiado cercanos al mainstream, demasiado comerciales para ser tomados en serio.98 Afortunadamente, el paso del tiempo ha terminado otorgando la suficiente perspectiva para que hoy puedan ser reconocidos de forma objetiva y desprejuiciada.


El argentino Moris, figura de culto en España y genuino representante de los artistas llegados de Argentina a mediados de los setenta
Sobre la llegada de los artistas argentinos habría que dejar claras algunas cosas y, sobre todo, desmitificar ciertos lugares comunes que se han repetido muchas veces pero que no son ciertos. En primer lugar, los artistas argentinos que llegaron a España entre 1975 y 1976 no crearon corrientes nuevas sino que se integraron en escenas ya existentes. Y, mientras la mayor parte engrosó las filas de los «francotiradores» (más relacionados con el Pub rock británico que con otra cosa), hubo otros que lo hicieron en las del Rock urbano o del sinfónico. Así, una banda como Aquelarre -en la que figuraban músicos que habían formado parte de los míticos Almendra, liderados a finales de los 60 por Luis Alberto Spinetta- y que llegó a España al mismo tiempo que Moris, terminó formando parte de la corriente urbana y sinfónica (y pasando bastante desapercibida) mientras el resto de sus compatriotas se integraban en algo completamente diferente (y, quizás por eso mismo, terminaron convirtiéndose en figuras de culto u obteniendo un éxito comercial masivo; según los casos). El segundo lugar común es el que insiste en decir (sobre todo desde el otro lado del Atlántico) que los argentinos emigrados a España enseñaron a los grupos españoles a cantar Rock en castellano (porque se había perdido la costumbre o -en una afirmación que roza lo disparatado- nunca se había hecho hasta ese momento). Lo cierto es que ninguno de ellos, ni Aquelarre en la escena sinfónico-urbana, ni Moris y los demás en la semi pub-rockera, hicieron tal cosa. Por la simple razón de que nunca (ni siquiera en el periodo «underground» de principios de la década) se había perdido la costumbre de emplear el castellano en el Rock español. Es más, cuando los argentinos llegan a España, las nuevas corrientes han recuperado ya (definitivamente) el empleo del idioma materno de forma incuestionable tras el brevísimo paréntesis de 1970-73. El equívoco (repetido una y otra vez, sobre todo al otro lado del Atlántico) tiene su origen en una expresión acuñada por el prestigioso periodista musical español Diego A. Manrique, con vocación de licencia poética y cuyo objetivo era reivindicar la importancia del aporte argentino en el Rock español de la segunda mitad de los 70. Pero incluso el autor ha reconocido reiteradamente que su afirmación, de carácter laudatorio, no debía ser tomada al pie de la letra. Sirva la aclaración para acabar con un lugar común que, no por muchas veces repetido, deja de ser falso. En cualquier caso, insistir en que los artistas argentinos instalados en España a partir de 1976 trajeron consigo un formidable bagaje rockero (como correspondía a su propia tradición nacional) que enriqueció notablemente la escena del país de acogida.

Sea como sea, el caso es que, a finales de la década, la situación seguía siendo bastante positiva para el rock español. Es por eso que habría que cuestionar las teorías (extendidas, sobre todo, durante los años siguientes) que hablan de los 70 como de algo parecido a un hiato entre los 60 y los 80, una “década perdida”, una «travesía del desierto» en lo que al rock en España se refiere. Sin duda, el objetivo (quizás inconsciente) de esas afirmaciones era magnificar el impacto que la explosión ochentera tuvo en el panorama musical y cultural español, minusvalorando, al mismo tiempo, lo inmediatamente anterior. Aunque también hay que decir que no fue una tendencia exclusivamente española (pues la infravaloración de los setenta llegó a ser un lugar común en la historiografía del rock durante los años 80 y primeros 90 a lo largo y ancho del mundo). No obstante, con la perspectiva que dan el paso de los años y los estudios críticos e históricos, tal cosa ya no puede sostenerse. Máxime si tenemos en cuenta los datos puramente objetivos. Es cierto que el número de bandas y solistas dedicados al rock en la España de los setenta (y su presencia a nivel social y cultural) no puede compararse al que llegó a existir en la década anterior. También lo es que el relativo «fracaso» de la moda progresiva o «underground» en torno a 1973 trajo consigo algo parecido a un repliegue en cuanto a visibilidad e influencia social, mediática e incluso estética. Pero, al mismo tiempo, hay que señalar el casi inmediato surgimiento de nuevas alternativas, nuevas tendencias que impidieron el hiato y, sobre todo, alcanzaron un éxito más que notable, tanto comercial como de prestigio, a partir de 1975 (principalmente el Rock Urbano y, sobre todo, el Rock andaluz), devolviendo al género la popularidad y visibilidad que casi había estado a punto de perder.

En cualquier caso, es evidente que hacia 1978 el rock español, pese a lo que a veces se ha dicho, seguía gozando de excelente salud. Si bien es cierto que las grandes discográficas y los medios de masas seguían apostando por una música más comercial y ligera (sobre todo ídolos prefabricados para adolescentes y la omnipresente Música Disco) también lo es que el Rock Urbano y el fenómeno del «Rrollo» estaban firmemente asentados. Se celebraban conciertos y festivales multitudinarios con periodicidad anual (como una versión nacional y setentera de los clásicos Woodstock y Wight) entre los que destacaba el Canet Rock. Triana y, con ellos, el resto de grupos del Rock andaluz, vendían cientos de miles de discos y disfrutaban de un éxito más que notable. Tequila, con su rock directo y stoniano eran superventas absolutos, aparecían en revistas, programas de radio y TV y sus fotografías decoraban las carpetas escolares de las adolescentes. La Orquesta Mondragón entraba en las listas de ventas con sus dos primeros LPs y alcanzaba también una gran popularidad, combinando cierta teatralidad autoparódica con el rock más contundente. Existía, al menos, una banda española (Barrabás) que, haciendo realidad las esperanzas de finales de la década anterior, había alcanzado éxito en los mercados internacionales (europeos y anglosajones) durante buena parte de la década. Viejos representantes de la generación de los sesenta, como Miguel Ríos adaptaban su estilo a las nuevas tendencias urbanas y andaluzas y, en consecuencia, veían relanzada su carrera y volvían a gozar un gran éxito de público y de ventas. El prestigioso guitarrista Salvador Domínguez editaba un par de discos en solitario en los que mezclaba los viejos y nuevos sonidos del rock. Y, por si fuera poco, hasta una figura del flamenco más purista como podía ser Camarón de la Isla flirteaba con el rock (animado, sin duda, por el éxito del Rock andaluz) y publicaba un disco tan importante, influyente y decisivo para la historia de la música española como «La leyenda del tiempo»

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